6 sept 2016

nostalgia

No me acuerdo la primera vez que me emborrache, ni las veces que lo hice. En dos oportunidades perdí la conciencia por culpa del alcohol y todavía sigo arrepintiéndome. No me gusta el fernet después de haberlo tomado puro una vez con mis amigas y estar a punto de rodar por las escaleras desde un segundo piso. Y aunque hoy por hoy no tenga la mejor relación con ellas (y me sorprenda sus mensajes de que me extrañan), las quiero y no las cambio por nada. Extraño las tardes de mates y fotos, extraño esas tardes de chusmerio porque el día anterior te había visto. Jamás me voy a olvidar de la cara de una de ellas cuando le conté avergonzada sentada en la mesa del comedor, con las rodillas adentro de la remera estirándola toda, que ya no era más virgen. Me acuerdo también su sorpresa de no creer que había sido con vos, con su amigo, con el que hacía el esfuerzo de venir desde lejos, sin plata, casi siempre sin  monedas para el colectivo. Con el que comíamos oreo o pitusas de limón con tereré; con el que las tardes se nos hacían cortas de tanto hablar, joder y besarnos.
Hoy tengo la nostalgia de no saber que es de vos, de debes en cuando ponerme a llorar sola porque te soñé y son más fuertes las imágenes de los momentos lindos que pasamos. En vano más de una vez me quise autoconvencer de qué pasamos cosas muy feas, y no quiero volver. Tengo que admitir que la facultad también me tiene demasiada ocupada como para pensarte, pero aunque sea una vez en la semana te haces presente de la nada. En realidad no es tan superfluo todo. Tengo que admitir también que